sábado, 25 de junio de 2011

"MUJER DE PAPEL Y TINTA"


-Yo sé que te gustaría que fuera hermosa, con la piel del color de tus sueños y el cabello tan largo como los mares, y créeme puedo serlo-.

El siempre caminaba sobre la misma calle, pasaba frente al mismo restaurante y escuchaba, dentro de su corazón, un deseo que no podía descifrar. Hasta el día de hoy...

-¿Quién dijo eso?

 En ese momento no reparé en lo que había oído, estaba un poco aturdido por la quinta copa de ron y mis alucinaciones siempre aparecían después de la tercera. Decidí que continuaría escribiendo a la mañana siguiente. Me dormí con la duda, pero también con la seguridad de que lo sucedía en mi cabeza eran los síntomas de una resaca que iba a aparecer al día siguiente.

Pasamos de largo, o al menos ella lo hizo, no reparó en mi mirada e imaginé que de haberlo hecho, hubiera preferido a alguien más...no sé. A alguien más.
Era la mujer más bella que jamás había visto, y aún sabiendo que quizá jamás me atrevería a acercarme, me enamoré.

Así empecé a escribir la historia que mi cabeza me dictaba, o al menos eso pensé.

-¿Cómo podría querer a alguien más?  Necesito verlo otra vez. De ser posible, pronto-.

Traté de concentrarme en la lectura de mi libro favorito. Inútil.
Todo lo que hacía era pensar en esa mujer, en su cabello y su fascinante forma de caminar. De pronto supe algo: “Necesito saber su nombre, para que algún día, a ella le guste pronunciar el mío”.

Para el tercer día, yo había dejado de beber por temor a que lo que oía fuera provocado por los efectos del alcohol. Sin importar los días de abstinencia, seguía escuchando esa voz de terciopelo que siempre me pedía lo mismo: “Necesito verlo otra vez”.

Mis días seguían corriendo despacio, pero mi ansiedad por encontrarla iba acelerando. Así decidí que tendría que salir a buscarla sin saber todavía que ella ya sabía cómo encontrarme. Me dispuse entonces a seguir la misma ruta, día tras día, en la hora en que la había visto por primera vez. No la encontré.

-¿Quién te has creído? Si siempre haces lo que quieres desapareceré para siempre, y por más que me busques no podrás encontrarme. Creo que sabes bien lo que quiero, y si no, déjame ayudarte.

Seguí adelante, escribí cosas que supuse eran las más adecuadas para hacer de la vida de Leo, mi querido joven enamorado, y de la misteriosa mujer, una historia cargada de desilusiones y encuentros que no se darían jamás. Nunca creí, pese a que había oído un sin fin de veces que en una historia: “uno nunca sabe lo que puede pasar”.
  
Dos semanas después aún no renunciaba a mi búsqueda.
Seguí soñando con ella, porque al menos de esa manera, podía verla.
Así pasé varios días hasta que el destino decidió hacerme un favor. Pude verla cruzando la calle y decidí acercarme para poder decirle lo que tantas veces le cantaba en sueños. Fue así como descubrí que las palabras no brotan con la misma facilidad que con una almohada debajo de mi cabeza.

Las palabras no sólo se negaron a Leo, yo no podía hablar más de ella: “No la conozco bien, y parece que la he olvidado por completo”. Pensé.

-Mi nombre es Ariel-.

Me quedé sin aliento, sentí que todo nuestro mundo -el que yo había preparado para ella- se derribaba sobre cada paso que la alejaba de mí. Siguió adelante. Yo de nuevo, me había quedado atrás.

-Las cosas pueden ser diferentes, el cambio viene de tu corazón-.

Ahora estaba seguro de que algo estaba pasando, no controlaba mis ideas, mi mente me pedía que escribiera: “Lo has hecho miles de veces”, decía. Pero la mente puede engañarnos. Yo no sabía qué había  hecho.

Cuando tenía diecisiete años escribí algo que hoy, -tras varios silencios- recordé: “Las alas que levantan el vuelo se mojan con tinta y papel”. Descubrí que las mías necesitaban más que eso. Al fin y al cabo uno no se encuentra diario mujeres como ella cruzando la calle.

Terminé de escribir sin dejar de escucharla, no paraba de decirme que tenía que recordar: 
-¿Recordar qué?-. No podía saberlo, aún no.

Recuerdo la primera vez que lo vi pasar frente a mi restaurante favorito. Él me miró y supe que había encontrado a la persona de la que estaría enamorada toda mi vida.
Dejé de verlo, al menos en la calle, pero sabía que no había desaparecido.

Ese mismo día decidí que había llegado la hora de volar. Fui tras ella con mil palabras en el corazón y otro tanto en la punta de la lengua.

Ése era yo. En el espejo de mis propias palabras. La diferencia era que Leo no se quedó en casa con los brazos cruzados.

-No te has quedado en casa, ya has ido por mí-.

El corazón me explotaba debajo de la camisa con cada paso que daba. Esta vez no me detendría, iría por ella y le entregaría mis alas, mi corazón y todo lo que el mundo me permitiera.

Sentí un nudo en la garganta. Veía mi cuerpo en el espejo y sentía cómo mi corazón latía desenfrenadamente. Estaba enamorado de Ariel.

-Hola, tu nombre es Leo, ¿no es así?. Te he visto pasar por aquí varias veces, pero no tantas como lo haces en mis sueños-.

Me quedé anonadado. Ella sabía mi nombre y parecía que me conocía de años. Contesté a su pregunta confundido, y segundos más tarde me tomaba de la mano.

-¿Qué es lo que está pasando?- Yo no he escrito nada de esto.

-Tu lo has querido así-.

La rabia me consumía en cada párrafo. Las hojas se llenaban con palabras que yo no escribía y que aunque lo deseara no podía detenerme. Ariel tomó mi corazón y también el rumbo de mi historia.

Caminamos juntos durante horas -que me parecieron minutos-. Me tomó de la mano y susurró algo en mi oído:

-He encontrado en ti al hombre que siempre he deseado-.

Solté mi pluma y abandoné el papel sobre el que escribía los deseos de mi amada… no hacía falta seguir escribiendo.

-Te amo Joaquín. La historia la hemos escrito tú y yo. Desde siempre has estado acompañándome, me has seguido y te he seguido. Tú eres ese muchacho que me tomaba de la mano, son tus ojos los que veía reflejados en los míos. No soy un producto de tu imaginación: eres tú el personaje de tu propia historia-.

Sentí su piel sobre la mía mientras la desnudaba despacio, vibrábamos al mismo ritmo y nos besábamos como quienes se besan por primera vez. Besé a Ariel en cada letra que escribí y en cada suspiro de mi pluma deslizándose sobre el papel para encontrarme con que los amores hechos de tinta y papel, se guardan en el corazón.


  
Guillermo Tadeo Villegas.

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